“Es pelirroja, natural, de ojos verdes –continúa Ezequiel-.
Bajita y tetona. Habla sin parar y súper simpática. Obviamente, cuando me habló
de su marido, me sorprendí. No me lo esperaba, realmente. Sin embargo, seguí escuchándola”.
Lucas se ríe, Mariano se fascina, yo empiezo
a mirar el menú y pido “una nave de begonias disfrazada en finas capas
cárnicas con un ensamble de sonoridad natural” que no es otra cosa que un bife
con puré de papas en el sutil y boludo idioma de los palermitanos.
“Nos vimos un vez más en un hotel. Nos encamamos,
obviamente. Brutal en el sexo… caprichosa, demandante, insaciable, amorosa e
insoportable. Una experiencia pocas veces vivida, se los juro –dice
entusiasmado Ezequiel, sin ese desdén elegante que lo caracterizaba-. Se movía
lentamente con el cuerpo, pero allí abajo era un maremoto. Y terminó
enloqueciéndome. Si no hubiera sido yo, me habría enamorado perdidamente”,
concluye dando la razón a todas aquella que dicen que a los hombres nos enamorar
la magia en la cocina y las piruetas en la cama.
“Piruetas, no, capo: intensidad”, me corrige Ezequiel.
El mozo “flirtea” con Mariano, quien no tiene mucha
delicadeza para decirle que a él no le interesan los tipos y pone voz de
“uruguayo” como si eso fuera suficiente para que al compañero gastronómico le
quedase claro que no le gustan los hombres. Lucas sigue con su telefonito y yo
lo miro divertido a Ezequiel, como si estuviera ante la presencia de un cazador
cazado.
-Hasta ahora no entiendo el problema- le digo.
-Porque a vos no te llamó desesperado el marido y te invitó
a tomar un café al día siguiente…
Silencio en la mesa. Lucas le quita los ojos al celular.
Mariano abre los ojos sorprendido. Yo levanto las cejas pidiéndole que siga.
-Fuimos a un bar. El hombre era un esclavo. Ojos hundidos,
hombros hacia abajo, demacrado. Con la mirada baja me pidió: “Tenés que
ayudarme a salvar mi matrimonio”. Juro que no entendía nada. Yo, él tipo con el
que la mujer le había metido los cuernos tenía que ser el salvador de su
matrimonio. Pero ¿por qué? ¿qué sabía? ¿hasta cuánto le había contado ella?
Pronto develó toda su desesperación: “Ella me dijo que sos un buen tipo. Que no
la quisiste tocar porque estaba casada. Entonces, me mandó a convencerte a mí.
Quiere que hagamos un trío. Quiere que yo la vea con otro. Y si no lo hacemos,
me dijo que me deja”.
-Obviamente, rajaste- dijo Mariano ofendido como si fuera
el marido ofendido.
-No, es tan boludo, que se acostó con los dos…- sentenció
Lucas y no se equivocaba a juzgar por la sonrisa nerviosa de Ezequiel.
-Fue en territorio neutral para no correr riesgos. Un Telo.
Lo pagó él. Estuvo de primera. Nunca vi gozar a una mujer tanto con la maldad
propia. Cuando terminamos, ella lo abrazó, lo miró, y le dijo que lo amaba como
nunca había amado a otro hombre en su vida. Yo me sentí de más, y me fui sólo.
Les juro que, por un momento creí que había encontrado a una pareja
perversamente feliz y me sentí contento de haber sido útil.
Respiramos todos. Impresionados. Sorprendidos. “Bueh
–resopló Lucas- un cuentito de hadas posmoderno -dijo con desprecio, mientras
tomaba el Campari con naranja de aperitivo-. Pensé que era más jugosa la
anécdota con la paranoia que entraste”.
-No terminó ahí, Lucas –dice dando vuelta la cabeza y
mirándolo-. Al otro día me llama la mina llorando. Me informa que le había
confesado todo al marido y que él me quería matar porque me consideraba un
traidor, entre otras lindezas. La insulté y le pregunté para qué se lo había
dicho. Hizo un silencio y con una voz en la que intuí una sonrisa perversa me
respondió: “No sé, no sé, soy escorpiana…”
Lucas largo una risotada y sentenció divertido: “Una maga,
una maga”
Publicada en la revista Bacanal en el mes de noviembre.