jueves, 4 de abril de 2013

Tango del Final




Y, finalmente, llega el día en que todo se desmorona. En el que tenés tanta soledad en el alma que si te falta uno más ya no entra nadie más, como decía Macedonio Fernández. Y se trata de una soledad desolada y nada concurrida, sin el santuario de la nostalgia, con rostros de nadie y con adioses de hace tiempo.
Y, finalmente, llega el día de la derrota más absoluta, más temida, más anunciada. Llega el día, o la noche, perdón, en que te quedás solo, absolutamente solo, y nadie te acompaña ya ni en tu desesperación ni en tu soledad. Y devenís apenas en los restos de lo que fuiste alguna vez. Mirás tu reloj, tus manos agrietadas por el paso de los años, y te das cuenta que ya todo empieza a morir. Que todo tiene gusto a pan mustio. A humareda mojada.
Domingo a la noche. Los chicos no quieren ir a comer hamburguesas. Quieren volver rápido a la casa de la flaca. La llamo, le explico. Le digo que ni siquiera quieren ir a Mc Donald´s, que se los llevo antes. Intenta una excusa, protesta, pero acepta: “Ta bien, ta bien, traelos”. Y me nombra. Es decir. Pronuncia mi nombre completo. Cargo a los pibes en el auto y enfilo para mi vieja casa. A Martín le da por leer todos los carteles luminosos como un autómata. Y a Draculita por jugar al reloj telefónico y repite sin cesar: “20 horas, 16 minutos, 30 segundos, pi pi pi,  20 horas, 16 minutos, 40 segundos, pi pi pi, 20 horas, 16 minutos, 50 segundos, pi pi pi”. Y yo siento que entre los dos me van a hacer estallar la cabeza como en aquella vieja película Scanners, de David Cronenberg.
Llegamos. Le sonrío inocente a la flaca. Mi mira con cierta tristeza. Saluda a los chicos con todo el amor que les tiene y los manda adentro. No me da un beso. Y cierra la puerta. Quedamos frente a frente en la vereda. Se produce un silencio molesto. Baja la mirada, y chista bajito.
-Nada, que te lo quiero decir yo, antes que te enteres por los chicos o por alguien más…
Terminó de pronunciar la palabra “más” y yo sentí que todos los muertos de mi pasado me arrancaban el pecho con sus dientes desafilados. Me llevé la mano derecha a la nuca, me arañé, sentí que la congoja me asaltaba la boca, que se me erizaba la piel, que tenía ganas de llorar como cuando éramos chicos y nos perdíamos en el mercado. Me habló de él, claro, del otro. De su nueva pareja, de que estaban muy bien y de que quería compartirlo conmigo. La noté feliz, angustiada por el momento, pero dichosa. Mientras ella hablaba, yo pensaba que tendría que haberme dado cuenta antes, cuando se cortó el pelo y se dejó la melenita que le quedaba tan linda. Ella hizo un punto y aparte y se quedó esperando mi respuesta. La miré y con mi mayor resentimiento, le escupí:
-Me cagaste, flaca… Ahora sí que me abandonaste… me cambiaste por un pendejo…
-Por favor, no seas así… -apeló ella- No me la hagas más difícil… Hace más de dos años que estamos separados, ya…
La volví a mirar. Pensé en los años felices. En los chicos. Recordé que la flaca era la mujer más entera que había conocido en mi vida y, quizás, la que más me había querido. Ya no me quedaban ni el rencor ni el odio para esconderme con cobardía. La miré a los ojos y le susurré:
-Perdoname, flaca…
Ella, con los ojos llorosos, (pero radiante) me contestó:
-Perdoname, vos… Te juro que yo soy la que menos quiso que esto terminara así…
Menee la cabeza e hice un gesto con la cara de “ya está, ya nada importa”. Me di vuelta y comencé a caminar hasta la parada del colectivo. Anduve dos cuadras a pie y no tenía fuerzas ni siquiera para quejarme de que la flaca, mi flaca, la mujer de mi vida, ahora fuera de otro tipo. Estaba vencido como aquel que acaba de descubrir todas las verdades de este mundo. Y no me unía al paisaje sino la solidaridad de una despedida con todas las cosas a mí alrededor. Apoyado en el caño de la parada descubrí que ya nunca más iba a poder ser feliz en toda mi existencia. Cuando aparecieron las luces del bondi me di cuenta, además, que era un boludo, que me había olvidado de que había ido en coche. Volví sobre mis pasos. Y, como era de esperar, comenzó a caer la primera garúa fría del otoño.

Publicado en Revista Bacanal, en abril de 2013.